El alquimista turco,
con su pócima interesante,
cada noche,
sin dormir, posee,
entre sombras doradas
y azules azmicles bajo,
el idílico lugar de un valle verde,
con pinceladas rosas de vergeles,
a esa especial mujer
de pechos endebles
y de cálidas piernas.
El jardín especial de ellos,
lo mezclan,
con sus pasiones
de fuentes inacabadas
y tiernas.
Entre las armas de ellos,
el alquimista, se funde,
en su gran vado.
El polvo de estrellas,
lo inunda,
entre los brazos de ella.
Y, las calles de Estambul,
se adornan con sus gozos
de almas nobles y bellas.
Y, al amanecer, aún,
están gozando.
En sus labios,
un rico guabul.