Con un trozo de mis despojos,
elijo, caminar,
entre sandalias blancas,
comúnmente, cogidas,
de mis dos pies.
Dicen, por ahí,
que no me acuerdo de ti,
con las muestras de cariño,
perdidas, en las mejores premisas.
Cuelgo las hachas de guerra,
en una lista,
con cabelleras del azmicle
que te dedico, con los socios,
que llevo a mis espaldas,
en las duras faenas,
de una tarde, a las cinco,
en las limitadas cadenas,
de vespertinos candeleros,
con atrocidades de por medio,
queriendo, con el miedo,
vencerlos,
ante una premisa inmaculada,
con unas sandalias blancas,
que me calzan,
en este camino infinito
para dar, luz verde, a mi alma.
Yo te bendigo,
te digo que vuelo,
es mi sino.
Y si, las duras batallas,
se me acercan,
daré guerra, hasta que venza,
con los aliados, más emocionantes
de mis piernas, estoy entrenando,
me fio de ellas,
sin fajas, sin contenciones,
que apaciguen, mi poderoso dolor,
entre las fresnedas
de un campo abierto,
donde, con letras muy grandes,
yo he escrito en el suelo:
¡te venceré, caballero!
Tu nombre, no lo digo,
yo, no te dejaré ganarme
en esta batalla.
Mi lucha, la más grande,
para la libertad de mi alma
y para la cura, de mi cuerpo,
que no se rinde ante nada.
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