Podría el roble secarse,
entre los malos vientos
de este negro invierno,
bajo la sombra,
de un ocaso duro.
Podría el roble secarse,
entre los viciados dedos,
de un destructor de árboles,
atenuando el pecado,
con las más increíbles,
respuestas ciegas.
Podría el roble secarse,
en la soleada y quemante tarde
de un agosto insaciable.
Podría el roble secarse,
entre las mujeres más bellas
del mundo entero,
beneplácito, de un amor
aventurero
que, merma, el amor verdadero.
Podría el roble secarse,
a lomos, de un caballo terco,
dando palos de ciego,
en las ramas, en el tronco,
en el suelo.
Podría el roble secarse,
en la fea,
en la desesperada oscuridad,
de una noche de miedo,
con rayos, con truenos.
Podría el roble secarse,
al notar,
que lo han apaleado de nuevo.
Podría el roble secarse,
con el despropósito,
acerca de los malos hábitos,
de los malos vientos.
Podría el roble secarse
y, no aparecer,
entre las maravillosas flores,
de una engalanada primavera,
en las entregadas normas,
de una mujer sincera.
Podría el roble secarse
y no estar, jamás, a tu vera.
Podría el roble secarse…
Arida quercu.
(Roble seco).
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