El romero de mi cocina,
lo riego,
con el llanto de mi corazón,
con mi sensibilidad,
por pedirte perdón,
en esa noche de bochorno,
en aquel caluroso verano,
del noventa y dos.
Friendo pollo, estaba yo,
te dije que te amaba,
mi amor.
Tú, recogistes todos tus poemas.
te marchaste,
sin decirme adiós.
Ese mundo,
no era para ti,
mi estrafalaria vida,
se te hacía muy grande.
Como la primera vez,
cogiste el camino fácil,
el del abeto,
el que miramos juntos,
tú y yo.
Te lo enseñé,
en aquella Nochebuena,
del noventa y uno.
¡Pobre de mí!
cada vez que te presento algo,
lo eliges,
yo,
a un segundo plano.
Estoy aquí para poner,
en tu camino,
las mejores notas a tus canciones,
¡solo para eso!
Tambaleas,
ante el frenesí mágico,
de tu conciencia paranoica,
¡como siempre!
Ves otras cosas,
las mías, ¡no!
¿para qué?
-no te han interesado nunca.
Así que, mi flor,
sigue preciosa,
mi vecina de al lado,
me la pide con insistencia,
¡es muy caprichosa!
Tal vez,
te la presente la próxima vez,
a ver si,
tú,
opinas otra cosa.
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