Tundra, sin golpes,
en una ventana salvaje,
sin ninguna duda.
Y, jamás se abre, decisión
de la tempestad de tu amor.
Y nunca te pido perdón
por la escalada de dolor
que, sin más razón,
gatea hasta mi ventana.
Heridas, en tu alma siniestra,
por mi causa, que te doblega,
al dolor y a la pena,
por esta humillación.
Y extrapolo mi mal
dentro de ti
y, mi siembra,
en tu interior,
ha calado igual,
a una enorme extensión.
Solo se cura,
con otro amor sublime,
con el mío,
¡seguro que no!
Ya no tiene sentido,
ni siquiera,
pedirte perdón.
1 comentario en “Perdón (Número 295)”