Bártulos de tu destreza
aterrizan sobre mi luz,
me inyectan, a raudales,
esa nube blanca,
inseminadora, con tu caldo
de hermosa espiga,
leucocitando, el trasteo,
en mi cánula intersticial,
plegando, lentamente,
el libro de mi vida.
Y, como si existiera
una larga cuerda roja
entre tú y yo,
nos honra, la memoria,
de nuestra vida.
Tu presencia,
¡en mi poesía!
Mi presencia,
¡en la entraña,
de tu sagrada exigencia!
Muerto, ya, tu holocausto
de tan agraviada pena.
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