Y, con singulares caminos,
tú y yo,
muy parecidos, hermanos,
me atrevo a decir,
siempre y cuando,
en tu mente, no lo adornes
con la furia,
con la venganza,
de un llanto anclado
a tus espaldas y
sentencies, un lugar
inacabado, para tu ser
que, hoy, se entrega
a mi cuerpo,
con esta copa de Hermes
en su mano,
purgatorio ya pasado
y eclesiástico momento
de amor en nuestras manos
juntas, atadas,
para llegar, a una dimensión
invisible
y, en el Cabildo de Atenas,
en un extremo
de la postergada
muchedumbre
que rodea este acto sagrado,
mi amor,
pictórico momento
que da paso, al engendro de
nuestras vidas unidas,
ante todo fracaso.
Y que han llegado
a la cima de su encanto.
Y que cumplen,
con su divinidad,
por millones años.
Y que no mutan,
ante la injusticia,
de otros seres humanos.
¡Clopás léanme! ¡Clopás léanme!
Cleofás se perdió, en gran
ocaso, muerto ya, de amor.
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