Y a ti te pido perdón,
por llamarte, aquel día
desastroso de tanto horror,
cuando, con todo mi dolor,
pedí que te acercaras a mí
y, tú, te quedaste
en tu rincón favorito;
no apareciste, gracias.
No me hiciste
ni el menor caso
y, ahora, te pido perdón,
en abundancia.
Y, con esta plegaria,
rezo y rezo
para que tú no aparezcas
y, para que sólo seas amiga,
de quien no puede más,
de quien tiene
su estado físico eclipsado,
de quien tiene su vida
en un endeble hilo,
camino del otro mundo,
así que, perdóname
por aquella vez
que te reclamé.
Y aléjate, por favor,
escóndete.