Miraré todas las tardes
y todos los días de mi vida
hacia el horizonte,
en la lejanía, fijándome,
en los puntos que brillen,
en el capazo,
de los brazos del mar,
caminando,
con sus espumas.
Todo lo que he perdido,
en este mundo,
momentos oscuros,
en la salubridad,
de un océano profundo,
con las rocas del submundo,
pétreas y endurecidas,
por algún fanatismo
y, con el pájaro caido,
perdido de su rumbo,
en las verdeoscuras praderas,
de un nuevo comienzo,
con tu carne,
dentro de esas nubes
que se acercan a saludarme
cuando, las cotorras, resuenan
y, el anhelado oleaje, llega
para quedarse a mi vera,
con el agua fresca de compañera,
mirando,
hacia la lejanía,
cerrando mis ojos
y pensando en que,
los pececitos,
contigo me llevan
y mientras llegas,
no comeré pescado frito,
me sabe, a malas hierbas.
[…] Horizonte (Número 1.101) […]
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