Siento, con esmero,
el movimiento de un terreno,
cubierto,
de fantásticas especies animales,
todas, por mi cuerpo,
recubriéndome,
cada paso que doy,
sigilosamente,
dentro, de un corazón de oro,
soleado,
con los laureles,
de mi corona de santa imperialista,
para que no decaiga,
en las trinidades eufemistas
de las congruentes vampiresas,
atadas, por una pata,
corriendo,
en la ladera vertiginosa,
de tu sangre diamantina
y, comiendo,
en tu misma mano
hasta saciarme.
Veleidades postergadas
de mis días, de mis cantos,
de mis locuras, de mis llantos,
caminando, en multitud,
para verte, por los rincones,
de pendientes y poderosas fuentes,
repletas de laureles…