¡Qué feo! (Número 1.003)


Los resquicios de la soledad,

se anidan, poco a poco,

en una cruda realidad

que me está volviendo loca,

con ganas, de un nuevo comienzo,

en los cambios,

de una vida, que se escapa,

entre mis dedos,

sin parar este tiempo

que se lleva, todo lo mío,

a distintios puertos.

Caminando entre el silencio,

mis raíces encogiendo,

mi desvirtuada vida,

los colofones,

de una tarde decayendo,

el tormento de un invierno,

la descrepitud de un silencio,

un alma que se va encogiendo,

unas vivencias, en el recuerdo,

unas arrugas en mi cara,

mis amigos, enloqueciendo,

sus pasos, más pequeños.

La locura de una mente,

con algunas estructuras muertas.

Neuronas que desaparecen,

el esperpento de una vida,

que se va,

entre ramilletes de flores muertas.

Los culpables, esos años,

han pasado volando.

Miro al mar de mi vida,

desaparecida, ya es otra.

La soledad, a mi vera,

canciones que no se renuevan,

tormentos locos,

de algunos momentos.

Mi logos, oscureciendo,

mi cuerpo, con achaques,

mi soledad, en aumento.

Locuras de mi firmamento,

sin fiestas de juventud,

sin lecciones nuevas,

con la rutina de compañera,

con ojos llorosos,

con algunas desilusiones,

con pérdidas a mis espaldas,

con moribundas cantinelas,

de día y de noche,

por los senderos,

de un tortuoso camino,

que me lleva a la vejez,

a lomos de un corcel.

Solos, él y yo,

mirando el atardecer,

entre palmas y cangrejos,

que tiran para detrás,

en busca de lo que perdieron…

su juventud

y, algunos, de sus compañeros.




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