Común entre los presentes,
el agrado de mi mente,
no amante, de los descolores,
de una loca angustia
en la primavera del diecinueve,
en los mejores años de mi vida,
me choco de frente,
con una dura roca,
potente,
hacia una aventura,
indigente.
Los nervios de mi flor,
carentes,
de una savia buena
que, recorra,
mis centros emergentes
y, me tumba,
todo el verano
siguiente,
tras las hojas, caducifolias,
del roble oscuro,
contra paredes rotas,
contra malos suelos,
en esta vida horrible
que, cansa, mis talones
que, agrieta, mis huesos
cual especimen,
con locas estrecheces,
que, se han instalado,
en mi vida,
con duras cargas emocionales,
con duras cargas estructurales.
Y, hasta las uñas de mis dedos,
notan, el gran peso,
de esta morada de recelos.
«Deciduae»
(Caducifolio).
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