Ermitaños (Número 947)


Final de las turbulencias

de mi cuerpo.

Te despejo,

los anzuelos,

de un nuevo misterio,

contra la corriente,

nefasta,

de tus árboles con duelo.

Sustrato carbonizado,

entre los últimos palaciegos

que han dado, sus enseres,

a los ermitaños del tiempo.

Animosos,

con tus brillantes posturas,

las estrecheces perdidas.

Me deslizo,

entre los últimos árboles

que te dieron sombra,

por esos músculos esqueléticos,

de tu nombrada victoria,

carmín puro de tu abolengo.




A %d blogueros les gusta esto: