Final de las turbulencias
de mi cuerpo.
Te despejo,
los anzuelos,
de un nuevo misterio,
contra la corriente,
nefasta,
de tus árboles con duelo.
Sustrato carbonizado,
entre los últimos palaciegos
que han dado, sus enseres,
a los ermitaños del tiempo.
Animosos,
con tus brillantes posturas,
las estrecheces perdidas.
Me deslizo,
entre los últimos árboles
que te dieron sombra,
por esos músculos esqueléticos,
de tu nombrada victoria,
carmín puro de tu abolengo.