Camino en una lenta melodía,
con mis manos vacías,
lenta, lenta…
No me encomiendo,
ni a ningún santo,
ni a ninguna guerrera.
Este dolor,
¡mío! ¡nada más!
Veo pasar el mundo
y tengo que acostumbrarme.
¡Nadie me entiende!
¡Nadie me comprende!
La fuerza, ¡solo mía!
desde la noche hasta el día
y viceversa.
Necesito prometerme,
a mí misma,
que siempre, tendré,
las fuerzas necesarias,
para superar,
este mundo de tinieblas.
¡Me ha tocado, sufrir,
esta gran condena!
Necesito la paz
que, llevo, en mi corazón;
la que me consuela,
entre las serpientes ingratas
de este lugar, tan agitado,
por los muertos, incansables,
que, se me acercan,
con ganas de desviarme,
después,
de un sufrimiento lento
de mis carnes,
en un lúgubre pozo,
con calamidades internas,
en mi loca vida delirante.
«Tersus amena».
(Limpio y agradable).
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