Yurta (Número 932)


Al cerrar mis ojos,

el grafiti que pintaste

en mi alma,

se asoma, a recordarme,

la sensación, más maravillosa,

de mi mundo.

Los bellos paisajes,

su linda quietud,

delante,

lo verde natural,

lo celeste del lindo cielo,

el turquesa del bello mar.

Esta relajación,

me deja pensar,

entre los cinceles,

cautiverio de osos polares,

a destierro,

en la sabana despampanante

de Tanzania y Mongolia,

con los poderosos castores,

secuaces,

de las turbinas de agua

en los hilos celestiales

y, dentro, de los golfos reales,

entre cascadas imantadas,

con una limpia carga.

Monstruos polares,

fuera del ocio.

Mala interpretación

de los palacios de Versalles,

condenados, al lujo,

como las especies

de anacondas versátiles,

lustrosas,

por el adinerado caudal

de los más deseados ricos.

En el pergamino de los espinos,

con las similitudes,

de tremendos ineptos,

decrepitando los sucesos,

menospreciando,

con un portento lento,

la quietud de la tarde,

haciéndola,

bastarda y adinerada.

Me voy, de nuevo,

a la yurta, contigo,

con la quietud

de tu alma,

amor mío.

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