Susurros sigilosos,
mi pecho, a tu antojo,
costumbre en el alba
y en los atardeceres,
entre los mágicos placeres,
del amor verdadero.
En tus hombros,
mis mejillas,
en tu pecho,
mi mano, deslizándose,
lentamente,
dando vida,
a la ilusión de tenerte.
Postrados en este frío poyete,
como el hielo,
contigo y conmigo,
ardiendo,
hemos dicho, sí,
al amarnos de nuevo.
Alfileres clavados,
se han ido cayendo,
ahora, en tus brazos,
te lo estoy reconociendo.
Te quiero vida mía,
el huerto de mi vida,
tú, la roca volcánica,
acariciando mi alma,
sigue siendo tú.
El cielo nos acuna,
nuestros tremendos besos,
suben a los cielos,
amado mío, te quiero.
«Summa meam».
(Culmen del alma).