Y, entre los jolgorios
de mi alma amante,
tu corazón,
en un hilo de seda blanca,
pespunteado,
con las costuras de mi alma.
Festejo mi vida a tu vera,
con tus comisuras de alma buena.
Te tengo,
en lo mejor de mi cuerpo;
este sitio solo para ti
porque, te amo tanto
que, mi condición de santa,
te la dedico a ti,
estremeciéndome,
cada vez, que miro tu alma noble
y, tu corazón enorme.
Te amo,
con las bengalas de mi corazón,
justo, cuando las lanzo, a deshoras,
para sentir,
el sabor de una inquietante morada,
con las almas danzantes,
en la lujuriosa noche viviente,
con los sueños doragdos,
de los amores, más extasiados,
del lugar donde,
ahora estamos tú y yo,
bajo una sombra,
de calistros momificados
y, entre esos matojos escalofriantes,
postrados,
cerca de la fuente del amor.
Ya, el agua, se ha secado,
los monjes del lugar, aún,
no la han arreglado.
Se ha acabado de atarugar,
con los turbios energúmenos,
que la han cogido fuera de sí,
poniendo,
rafias y maderas,
delante de sus chorros
de agua cristalina, cada vez,
más solidificada,
por los duros espantos
de las catacumbas, reliquias
de la mano de un santo varón
de La Alpujarra
y, bendecido,
en los carteles,
con las olivas blancas,
cuajadas, de nieve,
como el amor que, algunos,
no tienen.
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