
Y, un médico, para mí,
desconocido
y, a la vez, conectado,
me da una noticia,
con la claridad
de un día de verano.
Me mira y, sencillamente,
me comunica,
que dentro de lo malo,
lo mejor.
Y, me quedo,
pensando unos segundos,
interminable momento.
Y, le digo,
que acaba de darme,
mi sentencia.
Y, él, lo entiendo,
le resta importancia
y, según me dice,
por estadísticas,
mueren más personas
de atragantamiento
y, de accidente de tráfico,
que por esto.
En verdad,
¡qué preparado que está!
normal.
Después,
pasa a explorarme
y, me dice:
¿por qué no me miras?
-abre los ojos, mírame.
Yo, con un nudo
en la garganta,
y, con el corazón
encogido, le digo:
-no puedo,
estoy llorando.
Mis lágrimas, corren
por mis mejillas
y caen en la sábana
de la camilla.
Después,
papeles y papeles,
peticiones para pruebas.
En principio, tres de ellas.
Y, justo cuando me las
hagan,
comenzará mi operación.
Me despido, con agrado,
y, con media sonrisa.
Y, al rato,
vuelvo, acompañada
y nos confirma la sospecha.
Y, él, nos dice otra vez…
mira… yo que quisiera.